Esperaban dentro del Ford Focus escondido tras los matorrales del páramo fangoso que rodeaba el sur de la Ciudad. En La Azotea del Infierno donde los alijos dormían plácidos en la herriza junto a
los cadáveres de los ajustes de cuentas. Gordas alimañas saciadas. Eructos felices y grillos famélicos. Por los arenosos carriles comenzaban a peregrinar los primeros yonquis de la hora punta.
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