viernes, 18 de marzo de 2016

La azotea del infierno: speedball

La luz de la Harley se difuminaba en la lejanía, hacia La Línea de la Droga. Se perdía entre decenas de luces de freno y los haces amarillentos de las farolas. La noche había caído. El centelleo de la Ciudad vivía eléctrico como una máquina tragaperras estropeada, como las neuronas de los yonquis tocaban bingo al paso del último speedball. Hasta sus almas se iluminaban anegadas de neurotransmisores, con los axones encharcados de noradrenalina. Las células en celo. Interconectadas como el nudo de carreteras que bordeaba la frontera entre el centro y las zonas limítrofes del Barrio.

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La azotea del infierno: Yasmín

Tintín escanció café en una taza de porcelana, el aroma se mezcló con el frescor del amanecer que penetraba por la puerta corredera abierta. Las musculosas piernas de la sirvienta se apretaron bajo las medias negras, en cuclillas, limpiaba las gotas de rocío de la cristalera en movimientos circulares, cortos y convulsos. Los pechos bailoteaban bajo la seda. La falda se bajó hacia la cadera y asomó un liguero negro de encaje adherido a la piel bronceada. Ella podría beber Dry Martinis recostada en la popa del yate de un jeque qatarí. Podría haber sido la concubina de un faraón egipcio, la misma que, permitía acceder a la faraona a su alcoba, cada noche. Fue la reina de la tribu, antes del cataclismo. Era la consorte del guerrero del malecón, antes de su muerte bajo el hechizo del chamán de la tribu rival.

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martes, 15 de marzo de 2016

La azotea del infierno: Sex-Palace

El sex-shop había sido un antiguo bingo. Las abuelas del centro de la Ciudad fallecieron de muerte natural y aburrimiento. El bingo, sin clientela, quebró. Lo habían restaurado y reconvertido en una
réplica sui géneris de los palacetes parisinos de la realeza absolutista. Las paredes exudaban intrigas y secretos escondidos. Con lámparas de araña y mostradores con relieves rococó, como un festín con faisanes, codornices y Liebre Royal en el que todas las criadas fueran desnudas y con cofia. Concubinas complacientes, que escanciaban vino tinto desde diminutos toneles de oro colgantes entre los senos. Los criados, efebos sodomitas, correteaban entre los intercolumnios con los penes ocultos tras hojas de parra. Las imágenes dibujadas como un anacrónico reino, donde la moralidad y la perversión gozan fervientes, escurriéndose entre la suntuosa inactividad de sus privilegios corruptos. Exhiben un hedonismo tan cercano a la cúpula del poder como el diamante a la mitra de un Papa romano.

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La azotea del infierno: Esaú y Jacqueline

Esaú la miró cautivo de lujuria. Ella le sonreía, ahora afligida, ahora traviesa. Tumbada, desnuda, con un sexo frondoso como la jungla tropical de la que provenía. Inquietante como un ritual de magia
negra. Iluminados por una hoguera. Las lianas proyectan sombras amenazantes sobre el chamán. Se quita la careta y Jacqueline escupe a Esaú un brebaje hirviente que traga ávido. Deformándole.

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lunes, 14 de marzo de 2016

La azotea del infierno: burbujas de cristal

Al norte del polígono cruzaba un tramo de circunvalación de la Ciudad. Bordeaba los barrios periféricos y los asentamientos de viviendas ilegales, donde vendían los cárteles actuales, donde se podía comprar cualquier tipo de droga: heroína afgana, de esa marrón que parece nuez moscada; cocaína colombiana, venezolana, peruana; cocaína en base; cocaína cocinada o crack, que pegaba fuerte entre la juventud de clase media. Sí, señor, la rebeldía residencial de estudiantes díscolos había llegado a la Ciudad. Se creían revolucionarios y genuinos, hasta que los sarpullidos purulentos aparecían en sus tersas caritas y los ojos se les apagaban sin vida y temblaban y no podían follar porque el culo de su novia ya no les ponía más, porque la polla de su novio ya no les excitaba más, porque lo único que verdaderamente incendiaba su libido era el olor sucio y químico del crack burbujeando en la pipa de cristal.

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La azotea del infierno: el cinto azul

El cinto azul le abrazó. Era un adolescente español, de origen marroquí. Un hijo de puta con todas las de la ley. Su madre hacía la calle en El Pozo, el polígono más inmundo del Barrio. Mamadas a diez euros. Su padre estaba en el talego por violar a una agente de la policía local. Le dio el alto porque tenía un piloto del coche fundido. El coche era robado y dentro había otro moro con un dedo cortado. Una cosa llevo a la otra y la agente acabó violada y abandonada dentro del coche robado. Metida en el maletero junto al moro del dedo cortado que ocupaba sitio, pero no le robaba aire porque lo metieron dentro con un balazo en mitad de la frente. De esos pequeños y negros que parecen de mentira, pero no lo son.

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La azotea del infierno: testimonio, Jennifer

Publico el testimonio de Jennifer, lectora de 'La azotea del infierno'

Gracias, Jennifer, por leerla y por molestarte en escribir tus impresiones acerca de la novela.

'La azotea del infierno' es fantástica, te mete tanto en el papel que parece que vivieras todo en primera persona. Sentí asco, los pelos se me pusieron de punta, sentí pena y lloré. No me imaginaba un final así. Es genial. Es la vida misma.

 

sábado, 12 de marzo de 2016

La azotea del infierno: Jacqueline

Esaú oyó la voz con acento brasileño y se detuvo. Se giró, contempló a Jacqueline. Una mulata interminable de enormes ojos verde esmeralda, que a la luz de los focos, fulguraban amarillos, como le brillan a una pantera justo antes de atacar a su presa. La ensalzaban unas piernas largas y voluptuosas como un malecón tropical, lleno de animales peligrosos dispuestos a devorar al desvalido que osase merodear por tan húmedos parajes. Jacqueline, labios carnívoros que sumergían los colmillos retorcidos y endurecidos por el desgarro hambriento de sus víctimas. Líder ancestral de una tribu extinta en la sabana africana. Una presencia regia como un meteorito explosionado en ignotas galaxias. Nieta de chamanes drogados con curare. Jacqueline, oro helicoidal de eléctricas oleadas como una catarata de veneno sintetizado a una Boa Constrictor. Sinuoso baluarte de riberas afiladas. Y el Amazonas sonaba turbio. Justo entre sus piernas.

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La azotea del infierno: Mazinger y los yonquis

Los yonquis llegaban a pie. Caminaban por la travesía de arena que pasaba por la puerta del Club Piscis. Venían en parejas desde la última parada de autobús de La Línea de la Droga. Una línea que,
excepto los yonquis, nadie cogía porque los usuarios eran atracados dentro del mismo autobús. La romería de adictos peregrinaba por el polígono, poseídos por su abstinencia. No eran un buen reclamo para los clientes adinerados del Club Piscis, por lo que Mazinger, el jefe de seguridad, desplegaba patrullas de skins racistas. Mantenían el orden y el concierto en el aparcamiento improvisado del club. Tras machacarse en el gimnasio, preparados para La Causa, descubrían musculosas aptitudes para desarrollar carreras profesionales en el sector de la seguridad privada, donde podrían explotar sus impulsos violentos. Mazinger, que había sido un legendario miembro del movimiento Skin-Head en la Ciudad, los captaba de entre sus filas políticas. Estos fanáticos del Poder Blanco defendían a los clientes (muchos negros y moros) de los ataques incontrolados de los yonquis. Escoltaban a las prostitutas hacia los coches, al amanecer, cuando los ataques de los toxicómanos eran desesperados. Deambulaban por los carriles con la garganta ahogada en arena. Volcaban a otros yonquis.
Recibían una paliza del mismo con el que antes de ayer se pegaron un homenaje. Pedían fiado. El camello les azuzaba el Pitbull. Les mordía. Enfermos con ese sudor frío que les ardía y rasgaba la piel como si Dios les arrojara cien mil flamantes alfileres y les cayeran desde el cielo. En ese preciso momento, en el que recibían el fuego divino sobre sus cuerpos y sus almas, decidían probar suerte en el Club Piscis. Allí caían en manos de Mazinger y sus secuaces que se entrenaban y divertían. Practicaban nuevas fórmulas de disuasión con las cobayas que se acercaban buscando cambiar su suerte. Con sólo un gramo de suerte les hubiera bastado.

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viernes, 11 de marzo de 2016

La azotea del infierno: el club y las alimañas saciadas

"El club había sido construido en la nave de un polígono industrial, a las afueras de la Ciudad. Lindaba al este con el Barrio. Al oeste con las pudientes urbanizaciones residenciales. Al sur se extendía la nada. Kilómetros de matorrales, zarzales y fango. Agujeros en el suelo pantanoso donde se enterraban a los muertos asesinados en ajustes de cuentas. Toda la yerma extensión emitía efluvios pestilentes de lodazal putrefacto. Las alimañas eran gordas y felices, eructaban a cada momento, saciadas. Cavar allí era como cavar en la azotea del infierno."

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jueves, 10 de marzo de 2016

La azotea del infierno: porterías de tiza

“Por eso mismo” repetía Tarzán cada vez que lo contaba admirado, mientras, miraba hacia el infinito de azoteas manchadas de hollín y mugre. Coronaban los edificios adornados por fachadas con tendederos de los que colgaban, y cuelgan, las prendas más íntimas de los vecinos: sábanas extendidas como la gavia de un galeón corsario y bragas abiertas como paracaídas. Y Tarzán, como todos, también miraba, con especial atención, los balcones de las casas de putas en las que tremolaban corpiños de encajes carmesí que hipnotizaban a los abuelos que paseaban con sus garrotes, arriba abajo. Pedían cigarros a los niños que jugaban, comidos de mierda, a la pelota contra los muros de las plazoletas, sobre los que dibujaban con tiza las porterías.

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viernes, 4 de marzo de 2016

La azotea del infierno: la Bodega de Pepe El Castrojo

"La Bodega olía a droga adulterada y galeras. Se jugaban timbas de póquer en la trastienda. Se prestaba dinero y se cobraba. La manteca volvía a la cocina de Pepe El Castrojo, como salía, entraba multiplicada por los intereses, o reducida, pero con los dientes del moroso en cuestión, que solía ser cualquier padre drogadicto que se jugaba su precaria realidad en busca del golpe de suerte que acababa llegando en forma de proyectil 9 milímetros. A quemarropa."

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jueves, 3 de marzo de 2016

La azotea del infierno: Tarzán y Tony El Michelin

"Ocurrió en ese edificio donde Tarzán amenazó con gratinar al hijo de Tony El Michelin si no le daba género gratis. Tony El Michelin entregó a Tarzán lo que quería: veinte gramos de caballo. Lo que tenía en casa para echar el turno de noche. Una vez Tarzán salió del piso, Tony cogió un revólver Ruger SP-0 del veintidós. Lo escondía en la nevera desde que se lo había cambiado al mismo Tarzán meses atrás por cinco gramos cuando se lo trajo una madrugada, semidesnudo, con un monazo que le hizo levitar hasta la cuarta planta. Tony El Michelin nunca se caracterizó por su bravura, pero tras sacar a su hijo del horno salió a por Tarzán a tiro limpio."

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miércoles, 2 de marzo de 2016

La azotea del infierno: el Mamalata

“La distancia justa de combate”, decía siempre el Mamalata, un veterano legionario que terminó su gloriosa carrera en Afganistán, vino adicto a la heroína. Siempre lo decía cuando algún borracho sacaba, otra vez, esta historia en el corrillo de cubos ardiendo que prendían los parados del Barrio cuando llegaban las primeras tardes del otoño. Esas tardes de hojas arremolinadas en el suelo plantado de colillas, bolsas de pipas vacías y charcos pisados por las niñas que se tapaban las tetas con los abrigos porque hacía frío y ya no quedaba otra cosa bonita que mirar en veinte kilómetros a la redonda.

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'La azotea del infierno' - la navaja de Demonio

"Demonio entró armado con una navaja de mariposa con los mangos forrados de cuero marroquí: olía a cabra y a herida purulenta. A celos y venganza. A sangre podrida. [...] Apestaba a zoco atiborrado de timadores."

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martes, 1 de marzo de 2016

La Azotea del Infierno

'La azotea del infierno' es una novela hard-boiled, de estrictos componentes lascivos y violentos. De un lirismo sucio, es más que una novela negra. El protagonista de 'La Azotea del Infierno' es un héroe de thriller sumido en un romance noir, que narra las andanzas de un bandolero de nuestro tiempo. Nos encontramos entre la novela pulp y el cómic 'Sin City' de Frank Miller, o la ficción televisiva del Baltimore de 'The Wire'. La prosa de Segismundo Palma es fluida y envolvente, dura y afilada como un haraquiri.

La azotea del infierno - Segismundo Palma - Editorial Amarante - Novela negra