
sábado, 12 de marzo de 2016
La azotea del infierno: Jacqueline
Esaú oyó la voz con acento brasileño y se detuvo. Se giró, contempló a Jacqueline. Una mulata interminable de enormes ojos verde esmeralda, que a la luz de los focos, fulguraban amarillos, como le brillan a una pantera justo antes de atacar a su presa. La ensalzaban unas piernas largas y voluptuosas como un malecón tropical, lleno de animales peligrosos dispuestos a devorar al desvalido que osase merodear por tan húmedos parajes. Jacqueline, labios carnívoros que sumergían los colmillos retorcidos y endurecidos por el desgarro hambriento de sus víctimas. Líder ancestral de una tribu extinta en la sabana africana. Una presencia regia como un meteorito explosionado en ignotas galaxias. Nieta de chamanes drogados con curare. Jacqueline, oro helicoidal de eléctricas oleadas como una catarata de veneno sintetizado a una Boa Constrictor. Sinuoso baluarte de riberas afiladas. Y el Amazonas sonaba turbio. Justo entre sus piernas.

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