réplica sui géneris de los palacetes parisinos de la realeza absolutista. Las paredes exudaban intrigas y secretos escondidos. Con lámparas de araña y mostradores con relieves rococó, como un festín con faisanes, codornices y Liebre Royal en el que todas las criadas fueran desnudas y con cofia. Concubinas complacientes, que escanciaban vino tinto desde diminutos toneles de oro colgantes entre los senos. Los criados, efebos sodomitas, correteaban entre los intercolumnios con los penes ocultos tras hojas de parra. Las imágenes dibujadas como un anacrónico reino, donde la moralidad y la perversión gozan fervientes, escurriéndose entre la suntuosa inactividad de sus privilegios corruptos. Exhiben un hedonismo tan cercano a la cúpula del poder como el diamante a la mitra de un Papa romano.

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