sábado, 12 de marzo de 2016

La azotea del infierno: Mazinger y los yonquis

Los yonquis llegaban a pie. Caminaban por la travesía de arena que pasaba por la puerta del Club Piscis. Venían en parejas desde la última parada de autobús de La Línea de la Droga. Una línea que,
excepto los yonquis, nadie cogía porque los usuarios eran atracados dentro del mismo autobús. La romería de adictos peregrinaba por el polígono, poseídos por su abstinencia. No eran un buen reclamo para los clientes adinerados del Club Piscis, por lo que Mazinger, el jefe de seguridad, desplegaba patrullas de skins racistas. Mantenían el orden y el concierto en el aparcamiento improvisado del club. Tras machacarse en el gimnasio, preparados para La Causa, descubrían musculosas aptitudes para desarrollar carreras profesionales en el sector de la seguridad privada, donde podrían explotar sus impulsos violentos. Mazinger, que había sido un legendario miembro del movimiento Skin-Head en la Ciudad, los captaba de entre sus filas políticas. Estos fanáticos del Poder Blanco defendían a los clientes (muchos negros y moros) de los ataques incontrolados de los yonquis. Escoltaban a las prostitutas hacia los coches, al amanecer, cuando los ataques de los toxicómanos eran desesperados. Deambulaban por los carriles con la garganta ahogada en arena. Volcaban a otros yonquis.
Recibían una paliza del mismo con el que antes de ayer se pegaron un homenaje. Pedían fiado. El camello les azuzaba el Pitbull. Les mordía. Enfermos con ese sudor frío que les ardía y rasgaba la piel como si Dios les arrojara cien mil flamantes alfileres y les cayeran desde el cielo. En ese preciso momento, en el que recibían el fuego divino sobre sus cuerpos y sus almas, decidían probar suerte en el Club Piscis. Allí caían en manos de Mazinger y sus secuaces que se entrenaban y divertían. Practicaban nuevas fórmulas de disuasión con las cobayas que se acercaban buscando cambiar su suerte. Con sólo un gramo de suerte les hubiera bastado.

portada la azotea del infierno, novela negra 


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