
jueves, 10 de marzo de 2016
La azotea del infierno: porterías de tiza
“Por eso mismo” repetía Tarzán cada vez que lo contaba admirado, mientras, miraba hacia el infinito de azoteas manchadas de hollín y mugre. Coronaban los edificios adornados por fachadas con tendederos de los que colgaban, y cuelgan, las prendas más íntimas de los vecinos: sábanas extendidas como la gavia de un galeón corsario y bragas abiertas como paracaídas. Y Tarzán, como todos, también miraba, con especial atención, los balcones de las casas de putas en las que tremolaban corpiños de encajes carmesí que hipnotizaban a los abuelos que paseaban con sus garrotes, arriba abajo. Pedían cigarros a los niños que jugaban, comidos de mierda, a la pelota contra los muros de las plazoletas, sobre los que dibujaban con tiza las porterías.

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